Silencio en clase, una antigua tradición

09/09/2017

Por Àngels Domingo 

Quienes hoy trabajamos en las aulas como profesionales de la enseñanza fuimos educados en sistemas educativos  que no han sobrevivido al paso del tiempo y  que muy probablemente ya no estén vigentes. Los avances de la las últimas décadas del siglo XX en las  ciencias de la educación – la pedagogía, la  psicología cognitiva, la neurociencias, etc.- se han hecho notar y han incidido en la renovación de sistemas educativos, en los modelos docentes de hoy  y principalmente en las apuestas metodológicas para lograr una mejora en la calidad del aprendizaje de los estudiantes de hoy.

Sin embargo resulta curioso comprobar hay un elemento de la enseñanza que permanece por los siglos y sobrevive fuertemente a pesar del paso de los tiempos: el sagrado valor del silencio en el aula, una tradición académica profundamente arraigada en la gestión del aula y en la docencia. Se trata de un valor resistente que los docentes necesitamos mantener para sentirnos bien cuando enseñamos. Cierto que no se puede generalizar pero ….

Probablemente en los modelos en que fuimos educados nuestros maestros y luego nuestros profesores universitarios concedían un alto valor al silencio dentro del aula como algo correlacionado con la escucha, la atención y el aprendizaje.

El silencio en las aulas lo hemos vivido como una garantía de aprendizaje y por ello los profesores responsables mantenían la obligación del silencio para que ellos pudieran enseñar. Por ello fácilmente nuestra mente registró la necesidad del silencio para aprender. Ahí quedó eso e inadvertidamente los docentes de hoy que trabajamos en aulas bien distintas, con soporte tecnológico, con nuevas metodologías que precisan de interacción entre los estudiantes y con una organización social del grupo-clase bien distinta de la de nuestra infancia, inadvertidamente – a modo de teoría implícita  y que P. Bourdieu denomina habitus[1]-, decía, seguimos amando el silencio en clase, deseándolo  y exigiéndolo.

Invito a los docentes a una reflexión crítica  sobre esta tradicional práctica de aula no alineada con la pedagogía activa ni las metodologías docentes emergentes. Para ello anoto algunas cuestiones al respecto:

  • ¿Cómo interpretar un grupo de 30-50-100 alumnos en silencio?
  • ¿En qué ocasiones los estudiantes deciden mantener un silencio total?
  • ¿Qué metodología docente exige que los alumnos solo escuchen y callen?
  • ¿Qué lugar ocupa el silencio en estas metodologías docentes: Aprendizaje cooperativo, ABP, Aprendizaje por proyectos, aprendizaje a partir de Inteligencias Múltiples, Learnig by doing “aprender haciendo”, Aprendizaje-Servicio.
  • ¿Qué riesgo presenta el silencio de los alumnos durante  el proceso de aprendizaje en el aula?
  • ¿Cómo convive la pedagogía activa con la ausencia de ruido?
  • Si llega una visita a clase – director, inspector, coordinador…- y no hay silencio ¿qué puede temer el profesor?
  • ¿A quien molesta el ruido?

Quizás estas reflexiones sirvan para  identificar en nuestra profesión qué teorías implícitas – creencias no conscientes – y modelos educativos sobre el binomio silencio-aprendizaje precisamos  “desaprender”. Mi experiencia me ha demostrado que desaprender en la profesión es una tarea más arduo que la de aprender; sin embargo si uno quiere desaprender,  ya lo demás resulta mucho más fácil

[1] Bourdier, P. (1972) Esquisse d’une théorie de la practique. Genève: Droz

2 Comentarios / Comentaris

  • Luisa Vidal Olea dice:

    Muy interesante!
    Importante tomar en cuenta los distintos momentos en el aula: momentos de silencio para escuchar consignas, intervenciones de sus compañeros; los últimos tiempos se han incorporado, para bien, distintas estrategias y técnicas que priorizan la participación, el trabajo en pares, el diálogo, el trabajo en equipo, la socialización; de manera que las intervenciones permitan al docente verificar si va bien, si la ruta planteada favorece el aprendizaje, comprueba y avanza…
    Este es un buen tema para la próxima reunión con docentes de aula y acompañantes. Gracias!

  • Gabriela Porcayo dice:

    El artículo me llevó a la reflexión de cómo fue la formación escolar en mi infancia. Recuerdo que la curiosidad en el aula sólo se permitía expresar mediante la orientación del docente que limitaba lo espontaneidad y daba mayor importancia a lo formal. Esto era lo que imperaba para garantizar el aprendizaje en la escuela y era así durante las experiencias novedosas en clase y en las visitas escolares a museos. Las palabras que más oía o leía eran “silencio” y “no tocar”.
    Sin duda es tiempo de reconocer que las personas aprendemos diferente, aprendemos tocando, hablando, haciendo, con un toque más espontáneo y totalmente asociado al movimiento; por ello, hoy corresponde desarrollar nuevas habilidades que nos permitan innovar en nuestra práctica docente.
    Comparto con Luisa Vidal la importancia de reconocer la genialidad del “momento” en el aula.
    Gracias por el espacio para comentar.

    Saludos desde México

Enviar comentario / Enviar comentari