La labor de los profesionales de la educación, como la de otros muchos profesionales, no es una labor que se desarrolle de manera aislada. El trabajo colaborativo es una de las dimensiones importantes en muchas profesiones: compartir con los colegas la visión que tenemos de las personas que tenemos que formar (o cuidar -en el caso de las personas del ámbito social-, o curar -en el ámbito clínico o médico-, etc.) es una necesidad imperiosa para lograr los objetivos que nos proponemos y para poder desarrollar nuestra tarea de manera eficaz en beneficio de las personas que confían en un equipo de profesionales (docentes, sociales, médicos…).

En este sentido, la responsabilidad de las personas encargadas de dirigir los equipos de profesionales es de suma importancia. Por eso se pone cada vez más énfasis en la preparación de los equipos directivos, en el aprendizaje de las competencias para saber dirigir grupos de profesionales y en el liderazgo de personas. Hablamos de ello en un post el pasado mes de noviembre.

¿Hasta qué punto, sin embargo, la práctica reflexiva puede ayudar a los profesionales que deben dirigir un centro educativo (o un centro social o médico)? ¿La práctica reflexiva, más allá de ser una buena práctica para la mejora individual y el desarrollo profesional, puede ayudar también a los equipos directivos a mejorar la gestión de las personas que tienen a su cargo?

Aunque convendría impulsar y tener investigación específica sobre este punto, disponemos de evidencias que indican que la práctica reflexiva también es apropiada para ayudar a los dirigentes de los centros educativos a introducir transformaciones en su ámbito de gestión.

Recientemente hemos presentado una comunicación sobre esta temática en unas jornadas del Foro Europeo de Administradores de la Educación, que hemos recogido en una publicación[1] y que hoy ponemos a disposición de los seguidores de esta plataforma para que la puedan consultar, contrastar y, sobre todo, seguir a modo de ampliación sobre este punto.

En el caso de la gestión de los centros educativos, nuestros puntos de partida son los siguientes: 1) Todo lo que se haga en el ámbito de la formación continuada de los profesionales debe tener en cuenta la mejora del aprendizaje del alumnado. 2) El centro debe ser entendido como una organización que aprende, lo cual significa que hay que potenciar las aportaciones de sus miembros, facilitar la sistematización del intercambio mediante el pensamiento reflexivo guiado e intercambiar conocimientos de manera cooperativa. 3) La principal finalidad del asesor/a de un centro debe ser la de impulsar la autonomía del centro también en formación haciendo emerger los recursos de que dispone el propio centro, a través sobre todo de sus profesionales.

Por ello se hace necesario delimitar la complejidad de un centro educativo mediante una actuación que incida en tres líneas básicas: a) las prácticas en el aula (el contacto directo con las personas cuyo desarrollo tenemos la obligación de impulsar); b) las creencias y representaciones de los distintos profesionales del centro, haciendo explícita la “cultura de centro” para transformarla, si es necesario; y c) las relaciones interpersonales y organizativas, es decir, la micropolítica de cada centro.

En esta dirección podemos ofrecer líneas de reflexión y prácticas contrastadas en centros de Cataluña y de otros puntos de España y asimismo de otros países, donde se han puesto en marcha asesoramientos que intentan mejorar la gestión de los centros educativos mediante la introducción de la práctica reflexiva.

Estamos seguros de que entre los seguidores de este espacio, en Cataluña, en España y en otros países, hay personas que tienen experiencias interesantes que sería muy interesante conocer a través de los comentarios. ¡Os animamos a compartirlas!


[1] Ver Grupo practicareflexiva.pro (2011). «La formación en práctica reflexiva y los equipos directivos de los centros educativos». En Aula, 207, diciembre de 2011, pp. 61-65. Barcelona: Graó.